A las tres y nueve de la madrugada me invaden los recuerdos, amargos y dolorosos recuerdos, recuerdos a ti. Recuerdos al sonido de tu risa y al de tus palabras, al olor de tu cuello y el que dejabas en cada camiseta que llevaba cuando me acogías en tus fuertes brazos. Recuerdos de tus manos, cuando surcaban las curvas de mi cuerpo. Recuerdos de tus blancos dientes, cuando chasqueaban cada mañana de invierno. Tus fríos pies de madrugada y las largas noches de amor y desenfreno que teníamos en mi cama. Mi cama, la que aún lavando las sabanas tiene tu aroma. El aroma que me envuelve cada noche que me arropo sola, en medio de la tenue oscuridad, y sin nadie que me abrace por la espalda, sin nadie que huela a ti.
¿Cómo decirte en cortas palabras que extraño todo de ti? Desde tu letra cursiva en cada larga carta de amor, hasta el sabor a tabaco que tenían tus labios. El aliento mezclado con pasta de dientes y tabaco, el mejor sabor que he probado nunca, en tus labios, ese elixir que me da la vida, o me la daba. Y que ahora, me está matando lenta y dolorosamente.
Recuerdo cuando me perdía en todas y cada una de las pecas de tu espalda, las observaba como si de estrellas en el mismo firmamento se trataran, y eso es lo que eran para mi.
Esas noches en vela contándonos secretos, muy bajito y al oído, para que solo se quedara entre tus tiernos labios y mi oído. Rozando con tu aliento mi óvulo de la oreja, ese que rezaba por ser mordisqueado por ti, por tus dientes.
Malditos y dolorosos recuerdos, recuerdos que me nublan la vista, con lágrimas que gritan tu nombre, pidiendo auxilio y esperando tu llegada.
Aún que mis lágrimas y yo, sabemos, que nunca volverás.
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